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¿Tus presentaciones informan o transforman?

¿Has visto alguna vez una charla que se te quedara grabada no por lo que contó, sino por lo que te hizo sentir? Esa es la diferencia entre una presentación correcta y una que transforma. No se trata solo de “informar”, sino de generar una experiencia que conecte con tu audiencia.

Un ejemplo icónico fue la charla TED de Hugh Herr, investigador del MIT, que presentó a la bailarina Adrianne Haslet-Davis tras perder una pierna en el atentado de Boston. Nadie recuerda los datos técnicos de las prótesis, pero sí la emoción de verla bailar de nuevo. Eso es impacto.

¿Cómo llevar eso a tu terreno, aunque hables de finanzas, tecnología o proyectos internos? Aquí van cinco claves para activar la emoción en tus presentaciones:

1. Construye un mensaje con carga emocional

Martin Luther King no dijo “Tengo un plan estratégico a 10 años”. Dijo “I have a dream”. Y con eso bastó para movilizar a millones.
En el mundo empresarial pasa lo mismo: un estudio de la Universidad de Stanford demostró que recordamos 22 veces más una historia que un dato aislado. Así que cada vez que prepares tu presentación, pregúntate: ¿quiero que la audiencia recuerde mis cifras… o que recuerde cómo se sintió al escucharlas?

2. Muestra tu propio compromiso

Obama en su primer discurso como presidente electo se emocionó. Y no fue debilidad: fue credibilidad. El público vio a un líder, sí, pero también a un ser humano consciente de lo que estaba viviendo.
Si tú subes a hablar con el mismo entusiasmo que alguien leyendo el BOE, olvídate de conectar. La gente capta al vuelo si hablas por cumplir o porque lo crees de verdad. Amy Cuddy, de Harvard, lo resume bien: confianza = competencia + calidez. Y la calidez no se improvisa, se transmite.

3. Usa un lenguaje que despierte

“No es lo mismo decir ‘los resultados han sido positivos’ que ‘hemos conseguido un hito que parecía imposible’.” Sí, son palabras, pero las palabras encienden o apagan. La neurociencia lo ha medido: cuando escuchamos términos cargados de emoción, la amígdala —ese pequeño centro de mando de las emociones en el cerebro— se activa al instante.
Steve Jobs lo sabía: cuando presentó el iPhone en 2007, no lo llamó “un teléfono nuevo”. Lo presentó como “un producto revolucionario que lo cambia todo”. Y vaya si lo cambió.

4. Crea una experiencia, no una clase

En 2015, Sheryl Sandberg, la número dos de Meta, dio un discurso tras la muerte de su marido. Podría haber hablado de resiliencia con gráficos y definiciones, pero eligió compartir su experiencia personal. ¿El resultado? Una audiencia en silencio, conectada, conmovida y llevándose algo mucho más valioso que una definición de manual.
Tus presentaciones deberían aspirar a lo mismo: no informes, haz que vivan contigo la historia. Los informes ya los tienen en su correo; lo que esperan de ti es sentido, contexto y emoción.

5. Abre la puerta emocional

Aquí está el truco final: si tú no muestras humanidad, la audiencia tampoco lo hará. Brené Brown lo demostró en su famosa charla TED sobre la vulnerabilidad (más de 60 millones de visualizaciones): mostrarse imperfecta la hizo aún más creíble.
Y no es solo intuición: Paul Zak, investigador en neuroeconomía, descubrió que cuando una historia nos emociona, nuestro cerebro libera oxitocina, la hormona de la confianza. Dicho en simple: si abres tú la puerta, el público la atraviesa contigo.

En España seguimos viendo demasiadas presentaciones atadas al PowerPoint como si fueran un manual de instrucciones de Ikea: planas, interminables y con la emoción escondida en la última diapositiva (si es que aparece). Y eso es una oportunidad perdida.

Porque al final, las personas no se mueven por los datos que reciben, sino por las emociones que esos datos despiertan. Es la diferencia entre que tu público diga “vale, lo entiendo” y que salga diciendo “quiero formar parte de esto”.

Un buen discurso no es un desfile de gráficas: es un espacio donde alguien se atreve a compartir una visión, un reto, un futuro posible. Y cuando lo haces desde la emoción, lo que entregas no es solo información: entregas energía, motivación y, en el mejor de los casos, transformación.

Así que la próxima vez que prepares una presentación, no te preguntes únicamente qué voy a contar, sino qué quiero que sientan. Porque solo cuando hablas a la cabeza y al corazón al mismo tiempo, logras el verdadero impacto. Y ahí es donde nace el liderazgo comunicativo.

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