Cuando preparas una presentación, es fácil centrarte en lo que vas a decir. Pero si quieres que tu mensaje funcione de verdad —que conecte, que mueva, que deje huella—, necesitas algo más: entender el marco de influencia en el que te estás moviendo.
Ese marco no es otra cosa que el conjunto de factores que rodean tu intervención y que influyen en cómo será recibida. No hablarás igual si estás frente a un comité de dirección que si te diriges a un grupo de recién llegados. No es lo mismo una charla de cierre que una de apertura. Y, por supuesto, no es lo mismo una presentación presencial que una por videollamada.
El buen comunicador no solo domina el contenido: lee el contexto, adapta la forma y toma decisiones estratégicas antes de hablar. Ahí es donde empieza el verdadero impacto.
Cinco preguntas clave para diseñar tu marco de influencia
Antes de lanzarte a crear contenido, respóndete esto con calma. No lo veas como un checklist: piénsalo como una brújula que te orienta y te ahorra muchos tropiezos.
1. ¿Qué quieres conseguir exactamente?
No, no vale decir “quiero que me salga bien” o “quiero que me entiendan”. La verdadera pregunta es: ¿Qué quiero que hagan o piensen de forma diferente después de escucharme?
Por ejemplo, si haces una presentación interna sobre una nueva herramienta digital, ¿quieres que el equipo la entienda… o que empiece a usarla desde mañana?
Si vas a hablar en una feria sectorial, ¿tu objetivo es informar del producto… o despertar interés comercial?
Definir bien tu propósito cambia el tono, la estructura y el tipo de ejemplos que eliges. Hablar sin un “para qué” claro es como conducir sin destino: puede que avances, pero no sabes a dónde vas.
2. ¿Quién es tu audiencia?
Aquí no basta con saber el nombre de la empresa o el cargo de quien te escucha. Haz el esfuerzo de ponerte en su piel, aunque sea por unos minutos.
¿Tienen tiempo o están saturados?
¿Conocen el tema o lo estás introduciendo?
¿Son técnicos que quieren profundidad o directivos que van al grano?
¿Vienen motivados… o escépticos?
Un mismo mensaje dicho en una convención de clientes fieles o en una reunión con potenciales inversores requiere ajustes muy distintos. No cambias tus valores, pero sí el código. Y ahí es donde muchos buenos comunicadores pierden conexión.
3. ¿Cuál es el mensaje que deben recordar sí o sí?
Imagínate que, una semana después de tu intervención, alguien le pregunta a tu audiencia: “¿De qué iba esa charla?”. ¿Sabrán responder algo más que “estuvo bien”?
Ese mensaje central no es necesariamente tu primera frase ni tu conclusión. Es la idea fuerza que estructura todo lo demás, como el esqueleto de una casa. En una charla sobre sostenibilidad, puede ser: “No necesitamos hacerlo perfecto, pero sí empezar hoy.” En una propuesta de cambio interno: “El sistema actual no escala: o evolucionamos, o nos estancamos.” La llamamos la idea fuerza de tu presentación.
Si no puedes resumir tu mensaje en una frase clara, probablemente tu audiencia tampoco podrá.
4. ¿Por qué tú? ¿Qué aportas tú que otros no?
Esta no es una pregunta de ego, sino de enfoque. Hay muchas personas que podrían hablar del mismo tema… pero tú tienes una perspectiva que te hace único o única.
Tal vez no seas el más experto, pero viviste el problema en primera persona. Quizá no tienes un cargo alto, pero conoces los detalles del proceso por dentro. O puede que tu historia personal le dé humanidad a un tema frío.
Cuando no incorporas ese “por qué tú”, el mensaje suena correcto, sí… pero impersonal. Y si no hay una voz propia, hay menos conexión.
5. ¿En qué contexto se produce tu intervención?
Esto suele olvidarse, y sin embargo condiciona muchísimo. No es lo mismo hablar al inicio de una jornada (cuando hay energía y expectativa) que justo después de la comida (cuando hay sueño y saturación). No es lo mismo presentar una propuesta en medio de un cambio organizativo que en tiempos de estabilidad.
También importa el entorno físico: ¿estás en un auditorio con buena acústica o en una sala con eco y sin ventilación? ¿Tienes 20 minutos o te han recortado a 10 por retrasos?
El contexto no se controla, pero se puede anticipar. Y cuanto más lo tengas en cuenta, mejor podrás adaptar tu ritmo, tus ejemplos, tu lenguaje y hasta tu energía.
¿Y qué tiene que ver Aristóteles con todo esto?
Mucho más de lo que parece. Ya en la Antigua Grecia, Aristóteles definió los tres ingredientes básicos de toda comunicación persuasiva. En SpeakersLab seguimos usándolos, porque siguen funcionando:
- Logos: tu estructura lógica. Qué dices, cómo lo ordenas, con qué argumentos.
- Ethos: tu credibilidad como orador. ¿Por qué te creemos?
- Pathos: tu capacidad de conectar emocionalmente. ¿Qué sentimos al escucharte?
Cuando diseñas bien tu marco de influencia, estás ajustando estos tres elementos en función del contexto. Porque no hay un “discurso perfecto”: hay un discurso adecuado para ese momento, esa audiencia, ese propósito.
Hablar bien en público no es solo cuestión de carisma ni de dominar el tema. Es cuestión de estrategia.
Antes de buscar la frase impactante o el gráfico llamativo, asegúrate de entender dónde estás, quién te escucha, qué quieres provocar y cómo puedes aportar valor desde tu voz. Eso es diseñar tu marco de influencia. Eso es comunicar con intención.
Y ahí es donde empieza la verdadera transformación.
