Se dice, se cuenta, se rumorea, que la diapositiva perfecta para iniciar una presentación debería ser aquella que cuente lo más importante de una tacada. Ya sabes: una sola imagen, fija, que condense la idea principal y las dos o tres que la sostienen. Y las razones. Incluso debería dar a entender algún gráfico, si resulta que la ponencia aborda un tema rebosante de datos. Ah, y estamos hablando de la primera, ¿eh? No la segunda o la tercera, la de justo antes de entrar en materia después de una introducción de cinco minutos, la portada de tu powerpoint.
Casi que le falta hasta sonido, fíjate tú lo que pienso al respecto.
Lo cierto es que, dejando las ironías a un lado, la primera diapositiva de una presentación es como la primera impresión de una persona. Si el aspecto es desaliñado o no, si los colores combinan, si transmite vibraciones cool o es una presencia más bien tirando a seria, esa clase de cosas se destilan desde el primer momento, sin importar si hablamos de un humano o el material sobre el que cimentamos una charla.
Y por la misma razón que queremos evitar que una presentación se convierta en una presentación del montón, con un aire trendy, jovial y sanote, aunque dinámico pero social, el diseño de esa diapositiva de apertura debe cuidarse. Eso no significa, ni por asomo, que debamos tratar de llegar a una obra cumbre que lleve todo el peso de la ponencia —¡para eso ya estás tú!—, sino que sepa proyectar los valores más importantes.
Una idea puede ser escoger la diapositiva más importante de tu presentación, aquella con la información más relevante e importante. No necesariamente aquella imagen que revela el gran secreto de la charla (aunque tampoco es mala idea), pero sí un momento de alto impacto. Recortar una porción de esa imagen y asegurarse que respeta el esquema de colores de la empresa, producto o marca de la que hablamos.
Ya solo con esa porción de imagen, como fondo para nuestra primera slide, nos aseguramos de que la audiencia conecte con aquello que diremos más adelante y dentro de un rato, cuando digamos, anunciemos o reclamemos el meollo de nuestra presentación.
De esa manera, el público tiene una referencia sutil desde el minuto cero y, mejor todavía, nosotros tenemos la manera perfecta para echar el lazo. Si cerramos la ponencia con una imagen que respete el mismo esquema de color, y especialmente si la imagen es la misma que la inicial, entonces tu público, que es listo y le gusta que le traten como tal, tendrá a su alcance las dos cosas que le permitan poner el cierre por sí mismo y capturar con él la esencia de tu mensaje.
Que al final es lo que único que realmente merece la pena llevarse a casa. Sin más adornos. Sin más información. Ni razones.
Ni sonido.
2 Comments
Maden Castillo
Genial! Gracias Ivan.
Ivan Carnicero
Gracias Maden! Me alegra que te haya sido útil 🙂