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3 discursos universitarios memorables

3 discursos universitarios memorables

Hace unos días, un amigo me pasaba este artículo de MentalFloss que trata acerca de 7 extraños discursos de graduación. Ya sabes, me decía, mientras en España la graduación se resume en la entrega de diplomas y unas palmaditas en la espalda, en Estados Unidos la cosa pasa por una ceremonia que puede escalar más allá de las cinco horas con una facilidad pasmosa, con famosos contratados para motivar y quitarle el miedo al mundo laboral a una audiencia formada por nuevos licenciados que atienden lo que les eches mientras visten birrete y toga y todo eso.

Al principio no entendía muy bien a dónde quería ir a parar mi amigo enseñándome esas ponencias, porque si bien es cierto que son exposiciones a una audiencia muy grande, tampoco son exactamente la clase de situaciones en las que tú y yo nos adentramos habitualmente.

Luego, con echarle un ojo a los vídeos, lo comprendí.

No voy a reseñar todas las intervenciones, pero sí algunos que me llamaron poderosamente la atención.

 

3 discursos universitarios que serán recordados

Aaron Sorkin en la Universidad de Harvard en 2003

En SpeakersLab hemos insistido varias veces en la importancia capital de crear un mensaje ordenado y bien estructurado. También se dice que un escritor es alguien capaz de comunicar las ideas ordenadamente y con un hilo conductor cuidado. Por eso, el creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca, The Newsroom o Algunos Hombres Buenos pudo construir su discurso con un buen puñado de transcripciones de sus obras.

Tal como lo lees: casi todo lo que el guionista usó en su discurso de graduación fueron retazos de sus películas y series. Material escrito de su puño y letra que antaño habían pronunciado sus personajes sirvió, y con gran éxito, para elaborar un discurso inspirador de un cuarto de hora de duración.

Esta particularidad permite recordarnos que, a veces, lo mejor que podemos decir es algo que otros dijeron, enmarcarlo y referenciarlo para conseguir familiaridad y fuerza por su resonancia. A fin de cuentas, una ponencia no trata de reinventar la rueda, sino de echar a rodar un mensaje.

 

Sacha Baron Cohen en la Universidad de Harvard en 2004

A nadie coge desprevenido que el creador de personajes como Brüno, Borat o el General Aladeen es un artista polémico que apunta al corazón de la incomodidad para sacar a relucir la sátira mordaz. Tampoco sorprende la certeza de que sea capaz de orquestar todo un número con tal de hacer llegar su mensaje.

En pleno apogeo de Ali G., Sacha Baron Cohen usó su personaje más barriobajero para ilustrar la importancia de afrontar los retos como si de un juego se tratara, de perderle el miedo a salir de la zona de confort y a tratar de conseguir los objetivos que uno se propone hasta quemar la última posibilidad (incluso si hay policía de por medio). O lo que es lo mismo: la utilidad de enlazar tu discurso con referentes culturales de moda para traer un mensaje claro y conciso.

 

Richard T. Jones en la Universidad de Maryland en 2011

Por último, del Departamento de Pifias a la Altura de Michael Bay nos traen al actor Richard T. Jones. Quizá no lo reconoces porque trata su carrera profesional con el mismo mimo que el discurso que te enseñamos, pero también es verdad que, como comentábamos la semana pasada, hablar el último ante un público cansado y desmotivado es muy mal trance.

Tenía un buen discurso preparado, pero entonces me colocaron tras un montón de doctores que han dicho todo lo que tenía que decir”, titubea en su inicio agorero.

Con semejante introducción, cabe esperar que los siguientes diez minutos de inconexiones verbales, tartamudeos y rodeos insufribles sean, en el mejor de los casos, catastróficos. No lo olvidemos: la introducción predispone a la audiencia y al ponente. El resultado fue un discurso igual de memorable que los dos anteriores pero por motivos totalmente opuestos.

Según las propias palabras del actor, la idea era seguir hablando hasta que tuviera algo que decir, convirtiendo la huida hacia adelante en una estrategia. En la peor, de hecho, si olvidas a qué has venido. Porque aunque te veas en la obligación de improvisar y saltarte tu guion, no pierdas de vista, jamás, los puntos importantes en los que éste se articulaba.

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